¿Qué título le pondrías?

Ella llegó una mañana, con su vestido de lanilla beige, sus zapatos de gamuza marrón, sus trenzas enroscadas sobre las orejas y una boina que le caía del lado derecho de la cabeza. Llegó con su equipaje lleno de chucherías y de sueños. Traía con ella una carta escrita con letra de mujer y unos papeles arrugados dando cuenta de su filiación. Tenía apenas unos catorce o quince años.
Mi padre la hizo pasar a su estudio y allí se encerraron por varias horas.
María, ese era su nombre. Era fruto de un amor de adolescencia. Mi padre, su padre, nunca supo de su existencia hasta aquella mañana.
¿Cómo contar esta verdad sin herir a la familia? ¿Qué hacer con tantos datos tan bien contados por María? ¿Cuál sería la forma de proceder en estos casos?
Nuestro padre salió como un rayo, dejando a María dentro de la habitación sentada en uno de los sillones junto a la biblioteca más alta del estudio.
Mi hermano y yo entramos para hablarle. La muchacha era tan linda que llamaba nuestra atención. La adolescente aguantaba la angustia en silencio con la vista clavada al piso de madera. María, había decidido no hablar. Guardar silencio hasta que los ánimos se calmaran.
En la cocina se escucharon voces crispadas. Luego un fuerte portazo.
Desde ese día nada fue como antes. Convivir con una nueva integrante en la familia era complicado.
Recuerdo que aquella noche todo fue distinto. La oscuridad lo cubría todo. Solo se podía ver algo a través del reflejo de la luna que entraba por la ventana.
En el piso de la cocina vi los trozos de la vajilla hecha añicos. Escuché que el agua de la canilla goteaba con un sonido rítmico, penetrante. Noté que el mantel de la mesa colgaba de un lado y del otro acariciaba el suelo. Sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. Me quedé por un momento inmóvil, pensando, imaginándome horrorizado lo que había pasado allí. Busque la llave de luz y la accioné.
Lo encontré tirado en el piso con un hilo rojo que le recorría la frente y terminaba en un gran charco oscuro debajo de la cabeza. Al otro extremo, la asesina sentada en una esquina con el mazo de picar carne entre sus manos y su vestido salpicado de sangre. Pensaba que era María, pero no, era su esposa, mi madre.
Autora: Emilce Brusa


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Muchas gracias!!un cuento espectacular!!!
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Gracias por tu comentario
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Hola Emilce. Cuentazo!! Yo lo titularía “vendetta” Un beso!
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Gracias Miriam. Me gusta ese título ♥️
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