Mis propios cuentos

Un cuento de Emilce Brusa

Una antigua amiga

¿Con quién te encontrarías detrás de la puerta?

Atravieso el bosque. Me encuentro delante de la puerta de una casita de madera, parece sacada de un cuento. La puerta es de una madera dura, oscura, tiene en la parte de arriba cuatro vidrios repartidos decorados con unas cortinas alegres que no dejan ver el interior.


Busco el timbre, no hay. Busco la aldaba, no hay.


Cierro mi puño y golpeo la puerta con golpes secos, rítmicos. Logro oír pasos y por fin la puerta se abre.


Allí está ella, casi no puedo reconocerla. Su espalda encorvada, su abdomen abultado hacia el frente, sus cabellos blancos, su rostro arrugado, sus ojos pequeños detrás de unos anteojos redondos. Lo que sí reconozco es su vestimenta. Siempre de un rojo sangre y su caperuza.


Me recibe con una leve sonrisa, casi una mueca, me hace pasar. Caminamos hasta la cocina. La pava silva en la hornalla y del horno sale un exquisito aroma a torta de naranjas. Ella coloca el mantel, las dos tacitas de porcelana, los platos con las porciones de torta, las cucharitas de plata, la azucarera y por último la tetera haciendo juego. Nos miramos y sin decir nada nos entendemos; porque nos conocemos de toda la vida, de todas las vidas.
Tomamos el té y comemos la torta a la que le siento un sabor único que me recuerda a mi infancia. Cierro los ojos y recuerdo su historia un poco en la voz de mi madre, otro poco en la voz de mi abuela. La miro y no se parece a la imagen de mis pensamientos, es otra pero a la vez la misma. Ella parece leerme mi mente y comienza a hablar:

Nací en otro tiempo, un tiempo que ya no recuerdo. En un pueblo que ya no se su nombre. Crecí recorriendo el mundo entero. Todos me reconocían con solo mirarme. Me hice famosa. No había una sola casa que no contara mi historia y podía ser que un poquito variara por las traducciones de las distintas lenguas pero en el fondo era la misma. Hasta que llegó un día en
que mi aventura fue cuestionada. Que no era buena… que era muy cruel… ¿Cómo contar eso a los niños? … no sabían que en realidad era para ser contada a los adultos. Bueno.. ahí cambió todo. Nadie más contó la verdadera historia y aparecieron otras que hicieron que me olvidara quien era en realidad. Yo ya no era yo. Tuve distintos rostros. Fui comida entera, salvada por un cazador. Me vistieron con ropas de coyas, de chica sexi. Hasta me vistieron con otros colores: amarillo, verde… Me disfrazaron de lobo y me burlé de él. Pobre Lobo…ya no sé quién soy. He envejecido aquí sola y nadie se dio cuenta hasta que hoy golpeaste mi puerta. Sé que nunca voy a morir, que seguiré viviendo siglos y siglos. Seré inmortal pero aquí encerrada en esta casa en medio del bosque, la casa de mi amada abuelita, la casa donde conocí a mi único amigo “El Lobo”.


Tomamos el último sorbo de té y nos dimos un abrazo tan grande que fue como si ella entrara en mí. Volví sobre mis pasos por el camino del bosque y llegué a mi casa en la gran ciudad. Abrí la puerta, encontré en el living a mi hija con mi nieta. Así como estaba con la cartera colgando de mi hombro y las llaves en mi mano derecha comencé a hablar:

– Había una vez en un tiempo sin tiempo una niña vestida de rojo a la que llamaban: “Caperucita Roja”…

Autora: Emilce Brusa

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2 comentarios en “Un cuento de Emilce Brusa”

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